Duncan
empezaba ahora a preguntarse si el rompecabezas era la metáfora correcta para
las relaciones entre hombres y mujeres. No tenía en cuenta el total
empecinamiento de los seres humanos, su determinación a seguir pegados a otro
semejante aun en el caso de que no encajaran… Lo que los movía no era la
compatibilidad sensata y sin fisuras, sino los ojos, las bocas, sonrisas,
mentes, pechos, tórax y nalgas, ingenio, amabilidad, encanto, historia
romántica y todo tipo de cosas que hacían imposible la consecución de un cabal
acoplamiento.