Una mañana de domingo me
desperté junto a Kerstin, en su casa, y en seguida nos pusimos a reñir por
algo, ya no recuerdo por qué. Era una bellísima mañana de domingo. Kerstin
vivía en la calle de Höstra Aga, enfrente del castillo, ese castillo que tan irresistiblemente
hermoso parecía por la mañana. Salí a recoger el Dagent Nyheter, que
solían meter por debajo de la puerta. Corría justo por entonces esa parte de la
primavera en que los periódicos comienzan a anunciar trajes de baño; me acuerdo
de esto porque, volviendo a la cama, me fijé en que estaba lleno de anuncios de
trajes de baño. En seguida recomenzamos la riña y ella me dijo algo que, por
mucho que me esfuerzo, no consigo recordar, pero que me indujo a levantarme de
la cama e irme de allí sin más.
Fue una cosa lamentable. Yo diría que buena
parte de mi vida terminó allí.
Lars
Gustafsson: Muerte de un apicultor