Orhan Pamuk: La vida nueva

 






Por fin, después de tantas desventuras, estábamos los dos juntos en casa, en nuestra habitación. Yo la quería mucho. No me importaba nada más. Si la vida nos reservaba un par de problemas, yo, después de haber recorrido todo aquel camino con tanta audacia, sería capaz de resolverlos. Sus labios olían a moras. Los dos, abrazándonos en esa habitación, deberíamos darle la espalda a todas aquellas ideas lejanas, de lugares imprecisos, a la gente que había perdido el rumbo dejándose engañar por ellas, a los respetables y apasionados estúpidos que intentaban reflejar en el mundo sus propias obsesiones, a todos aquellos que intentaban afligirnos con sus sacrificios, a la llamada de una vida inalcanzable y testaruda. ¿Qué puede impedir, ángel mío, que dos personas que han compartido grandes sueños, que han sido compañeros de viaje mañana y noche durante meses, que han recorrido tanto camino juntos, se abracen y olviden el mundo que hay más allá de puertas y ventanas, que sean más reales que cualquier otra cosa, que encuentren ese momento incomparable de realidad?

… Quedémonos aquí, reconozcamos lo que vale esta habitación: mira, una mesa, un reloj, una lámpara, una ventana; nos levantaremos cada mañana y contemplaremos admirados la morera. Si ella está ahí, entonces nosotros estamos aquí. El marco de la ventana, la pata de la mesa, la mecha de la lámpara: luz y olor; qué simple es el mundo… Existir es abrazarte.


Orhan Pamuk: La vida nueva.