Es
hermosa esta noche de verano,
aunque
no más hermosa
que
cualquier otra noche de verano.
Es
hermosa esta noche en que estoy solo,
y
fumo, y he dejado
en
penumbra la casa mientras suena
un
dulce y triste blues,
un
blues tan triste y dulce como otros.
Nada
en mí, ni en la noche, ni en la música,
se
diría especial, y sin embargo
existe
algo muy hondo en esas cosas
que
parecen sencillas:
una
extraña grandeza que no acaba
de
ser exaltación, tragedia, paz,
pero
que es todo eso, y es también
un
sentir claramente
que
para que esto ocurra ha sido necesario
apurar
estos años, acumular recuerdos,
haber
ganado
y
haber perdido tantas cosas.
Para
que este piano suene así,
para
temblar así con esta música,
ha
sido necesario
ir
llenándola poco a poco
de
belleza y de daño, ir llenándola
con
nuestra propia vida, para que se parezca
a
nuestra propia vida, y suene así
tan
insignificante
y
tan grande, tan triste, tan hermosa.
Vicente
Gallego: Maneras de escuchar un blues. La
plata de los días.