Y en ese momento glorioso mi padre sentía que había vivido
toda su vida para ese instante preciso, que haber sido contable, luego gerente
y al final director general de la fábrica había sido un error, desde el
principio debería haber sido chófer, su entusiasmo por los motores tomaba ahora
una dimensión profesional, se sentía como alguien que durante treinta años
escribe poemas y novelas sólo para guardarlas en un cajón, un escritor de
domingos por la tarde, que decide acabar de golpe y porrazo con su trabajo para
dedicarse plenamente a su vocación.
Bohumil Hrabal: La pequeña ciudad donde el tiempo se
detuvo.
Foto: Lindos, Rodas, Grecia © Juan Medina