El martes del armisticio amaneció tibio y lluvioso. El
coronel Aureliano Buendía apareció en la cocina antes de las cinco y tomó su
habitual café sin azúcar. «Un día como este viniste al mundo» ‒le dijo Úrsula‒.
Todos se asustaron con tus ojos abiertos.» Él no le
puso atención, porque estaba pendiente de los aprestos de tropa, los toques de
corneta y las voces de mando que estropeaban el alba. Aunque después de tantos
años de guerra debían parecerle familiares, esta vez experimentó el mismo
desaliento en las rodillas, y el mismo cabrilleo de la piel que había
experimentado en su juventud en presencia de una mujer desnuda. Pensó
confusamente, al fin capturado en una trampa de la nostalgia, que tal vez si se
hubiera casado con ella hubiera sido un hombre sin guerra y sin gloria, un
artesano sin nombre, un animal feliz.
Gabriel García Márquez: Cien años de soledad.
Foto: Punta de Teno, Tenerife, España © Juan Medina