[…] y
enseguida se me formó la imagen, perfectamente clara y extrañamente
conmovedora, de Chloe tal como la había visto el primer día, cuando saltó del
borde de esa otra duna en mitad de mi vida. Ahora me entregaba una toalla. Los
tres estábamos solos en la playa. El neblinoso aire gris de la tarde tenía un
tacto a ceniza húmeda. Nos veo dando la vuelta y alejándonos hacia las dunas
que conducen a la calle de la Estación. Una punta de la toalla de Chloe se
arrastra por la arena. A su lado, yo llevo la toalla posada sobre un hombro, y
el pelo húmedo echado para atrás, un senador romano en miniatura. Myles corre
delante de nosotros. Pero ¿quién hay ahí en la playa, a media luz, junto al mar
que se oscurece y que parece arquear la espalda como un animal a medida que la
noche avanza deprisa desde el horizonte cubierto de niebla? ¿Qué versión
fantasmagórica de mí es la que nos mira…, a ellos…, a esos tres niños… a medida
que se vuelven borrosos en ese aire cinéreo y luego desaparecen en ese hueco
que les hará emerger al pie de la calle de la Estación?
Foto: La
Graciosa, Islas Canarias, España © Juan
Medina