¡Qué largo
era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura. Seca como la tierra más seca. Y
su figura era borrosa, ¿o se hizo borrosa después?, como si entre ella y él se
interpusiera la lluvia. "¿Qué había dicho? ¿Florencio? ¿De cuál Florencio
hablaba? ¿del mío? ¡Oh!, por qué no lloré y me anegué entonces en lágrimas para
enjuagar mi angustia. ¡Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que
me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y yo lo
que quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos;
estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos. Mi cuerpo transparente suspendido
del suyo. Mi cuerpo liviano sostenido y suelto a sus fuerzas. ¿Qué haré ahora
con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?”