Antonio Colinas: Tiempo y abismo

 






Pues como yo tampoco me podía dormir
en el estío de la isla,
en la encrucijada más amarga,
me puse a andar hacia el pinar sonámbulo,
hacia el monte nocturno.


Cioran recorrió un día este mismo camino
para llegar al mismo acantilado.
Va ascendiendo el camino junto al mar
(áspero, polvoriento, entre piteras);
luego, entre grandes rocas abatidas
(vestigios desolados de un cósmico dolor).
Asomado, al fin, al borde del abismo
rebosante de sombra,
comprendí que el verdadero abismo
no estaba fuera sino en mí,
y que por eso el otro ya no me atraía.
Tampoco esperaré la luz del alba
como él la esperó: como una horca.


Cioran recorrió un día este camino
para llegar al mismo acantilado.
Ahora es noche abajo y es noche arriba.
Estoy al borde del acantilado
sin que me atraiga el abismo,
sin que me atraiga el no-ser.
Ya zarpan a lo lejos luces húmedas
y la luz bondadosa de los faros marinos
deshacen el amargo pensamiento
sobre el murmullo manso de las olas.

 

Cioran recorrió un día este camino
para llegar al mismo acantilado.
Todo es ahora unidad: hay una luz
en lo más interior y profundo de mí.
No logro verla, pero me ilumina.
Gracias a ella será mucho más fácil
recorrer el camino de regreso
(rocoso, polvoriento, entre piteras ásperas).
Será la madrugada
la que se quedará detrás precipitándose
en los acantilados de la luz,
en los acantilados de su luz.


También como Cioran, ya lejos del abismo,
es fácil comprender que la belleza
es el camino de la realidad
más sublime.
Y que en la vida (en hora tenebrosa)
sólo se debe orar o sonreír.

 

Antonio Colinas: Reviviendo a Ciorán. Tiempo y abismo.