Anton Chéjov: Una historia aburrida






Me hace gracia la ingenuidad con que en mi juventud exageraba la importancia de la fama y de la posición exclusiva que, según creía, llevaba aparejada. Soy famoso, mi nombre se pronuncia con reverencia, mi retrato ha aparecido en Campo y en La Ilustración Universal, he leído mi propia biografía hasta en una revista alemana. ¿Y de qué me ha valido todo eso? Aquí estoy, sentado, más solo que la una, en una ciudad extraña, en una cama extraña, frotándome con la palma de la mano la mejilla dolorida... Las disputas familiares, la implacabilidad de los acreedores, la grosería de los empleados del ferrocarril, las molestias del sistema de pasaportes, la comida cara y malsana de las cantinas, la descortesía generalizada, la tosquedad en el trato: todas esas cosas y muchas otras más que sería demasiado largo enumerar, me afectan en no menor medida que a cualquier ciudadano de clase media al que sólo conocen en el callejón en el que vive. ¿En qué consiste la excepcionalidad de mi posición?


Anton Chéjov: Una historia aburrida.