Badajoz guarda con frecuencia un curioso aire de ausencia que determina esa condición interior que la hace tan especial. Sea la distancia exacta con el mar, la influencia melancólica y persistente de Portugal o sea la luz clara que atesora tan a menudo, el caso es que uno siente que la ciudad lo recoge y lo guarda con ella con un intenso sentido de pertenencia y refugio. Esta sensación debía ser mucho más intensa en el pasado, cuando se conservaba intacta su condición de baluarte.