- Los carnets, por favor –dijo ella mirando sorprendida los
impertinentes de Koróviev y el hornillo de Popota y su codo roto.
- Mil perdones, pero ¿qué carnets? –preguntó Koróviev,
extrañado.
- ¿Son ustedes escritores? –preguntó a su vez la ciudadana.
- Naturalmente –contestó Koróviev con dignidad.
- ¡Sus carnets! –repitió la ciudadana.
- Mi encanto…-empezó dulcemente Koróviev.
- No soy ningún encanto –le interrumpió la ciudadana.
- ¡Ah! ¡Qué pena! –dijo Koróviev con desilusión y continuó-:
Bien, si usted no desea ser encanto, lo que hubiera sido muy agradable, puede
no serlo. Dígame, ¿es que para convencerse de que Dostoievski es un escritor,
es necesario pedirle su carnet? Coja cinco páginas cualquiera de alguna de sus
novelas y se convencerá sin necesidad de carnet de que es escritor. ¡Y me
sospecho que nunca tuvo carnet! ¿Qué crees? –Koróviev se dirigió a Popota.
- Apuesto a que no lo tenía –contestó Popota, dejando el
hornillo en la mesa junto al libro y secándose con la mano el sudor de su
frente, manchada de hollín.
- Usted no es Dostoievski –dijo la ciudadana, desconcertada,
dirigiéndose a Koróviev.
- ¿Quién sabe?, ¿quién sabe? –contestó él.
- Dostoievski ha muerto –dijo la ciudadana, pero no muy
convencida.
- ¡Protesto! –exclamó Popota con calor-. ¡Dostoievski es
inmortal!
Mijail Bulgákov: El Maestro y Margarita.